El reciente libro de Orlando
Figes, "La historia de Rusia", traducido al español el 2023, del cual
me ocuparé a continuación, me dejó una sensación ambivalente. Por un lado es un
libro muy bien escrito y de agradable lectura, buena prosa. Desde ese punto de
vista es un libro muy bueno, comparable al clásico "El baile de
Natacha", una hermosa historia de la cultura rusa en el siglo XIX y XX. Un
libro absolutamente recomendable para quien se interese por la cultura e
historia rusa, aunque quizás sea aún mejor "El ícono y el hacha" de
James Billington, libro que tengo pendiente de terminar. Y aquí empiezan los
problemas. Mientras Billington, siendo liberal-conservador y americanista
típico, aún así, es respetuoso de la cultura e historia rusa, no demoniza en
ningún momento a Rusia y busca comprenderla tal como es, en lo mucho de bueno
que tiene y también en sus páginas oscuras. Figes, por el contrario, tiene una
lectura más o menos moralizante de la cultura e historia rusa, con los típicos
prejuicios liberales de un occidental, más aún, un británico, y constantemente
critica a Rusia como si tuviera algo maligno por dentro.
Desde las primeras páginas se
evidencia un molesto y persistente afán de Figes por "desmitificar"
la cultura rusa. Es el imperativo que según el profundo y notable estudio de
Russell Reno "El retorno de los dioses fuertes", ronda toda la
cultura contemporánea a partir de 1945, la desacralización, la desmitificación,
el "desencantamiento del mundo" en palabras acertadas de Weber. El
objetivo no explícito del libro es "desmitificar la cultura e historia
rusa". Leyendo el libro me he convencido más aún de la necesidad de todos
los pueblos de tener una cultura e historia mítica, perdida entre la leyenda,
el mito, lo sacro y la ficción, todos los grandes pueblos narraban sus glorias
en la literatura primordial y ancestral como una serie de relatos míticos, ayudados
por los dioses y luego por Dios, en épicas batallas de legendarios guerreros.
Eso es algo de extrema importancia, porque permite cohesionar un pueblo, formar
un Ethnos, crear identidad colectiva, en una palabra, comunidad. Es la
distinción de Tönnies entre comunidad(Gemeinschaft) y sociedad(Gesselschaft),
mientras la comunidad es una unión orgánica de un pueblo, muy lejos de un
montón de individuos, unidos por la historia, el mito, la Tradición, la
religión, la sangre, algo que trasciende al individuo y lo integra en un orden
supremo que es dado y recibido como Tradición; la sociedad es la mera
vinculación de intereses al modo de un contrato, la sociedad reducida al
contrato y el contrato al mero acuerdo de voluntades entre individuos
"libres e iguales" que reniegan de la Tradición, la historia, el mito
y asumen el imperativo del desencantamiento del mundo. Esta visión nefasta que
destruye lo sagrado y el mito es una de las causas más profundas de la
decadencia, más bien colapso terminal de Occidente. Hemos abandonado los mitos,
sean la Ilíada o la Eneida, el cantar de los Nibelungos o las hagiografías
cristianas por una historia "científica" que al final aísla al hombre
de sus antepasados y lo encierra en un afán racionalista de "pureza metodológica",
la historia deja de ser maestra de vida y se vuelve erudición vana y árida.
Esto no es nada nuevo pero en el caso de Rusia resulta particularmente
peligroso.
Rusia no es una nación de
partida, es un Imperio, no existe en los rusos la conciencia de Estado-Nación y
lo reconoce muy bien Figes, pero lo que no dice, es que Rusia es un país aún
hoy, 2023, en su psiquis colectiva, escasamente desencantado. Si hay un país en
el que los mitos y la leyenda, el misterio, lo sagrado, tiene un rol relevante
hoy en el mundo, ese es Rusia y no otro. Es el país, un imperio, en que el el
mandato de Weber de producir el desencantamiento científico y técnico del
mundo, que a Heidegger aterraba, ha producido escasos resultados superficiales
y mayormente en élites desarraigadas pro-occidentales pero no en la psiquis
profunda del pueblo. La veneración popular y la conciencia religiosa rusa en
torno a los íconos, como puertas misteriosas a lo sagrado y divino, el
trasfondo quizás incluso más "pagano" en la cultura religiosa
ortodoxa(y que no le veo nada de malo en absoluto), que Figes reconoce bien;
están muy vivos en Rusia y quizás más vivos que hace siglos tras la occidentalización
forzada de Pedro el Grande y la bolchevización ateísta de Lenin y Trotsky.
Putin es un retorno a la verdadera Rusia tras décadas de ateísmo marxista
oficial. Y esa Rusia es la que Figes como historiador, quizás inconscientemente
por su origen anglosajón, se dedica a combatir y destruir. Figes quisiera que
Rusia asumiera el desencantamiento occidental del mundo, en otras palabras, que
dejase de ser Rusia y se transforme en cualquier otro patético y decadente
euro-país.
Desde el primer capítulo, en que
ataca amargamente la "Crónica de Néstor", texto cuasi sagrado para
los rusos en que se relata el origen semi mítico de Rus y la conversión de San
Vladimir de Kiev a la ortodoxia oriental, este afán desmitificador es
omnipresente. Que importa que sean verdaderos o no todos los hechos relatados
allí, es algo mucho más importante, la conciencia espiritual y nacional rusa,
eso ya es la "Russkaya Pravda", Verdad Rusa. Lo que Alexander Dugin
llama "el tiempo histórico ruso". Figes ataca a Putin por
"fundar su particular interpretación de la historia rusa en mitos y malas
lecturas", eso es exactamente lo que un gobernante que es padre de su
pueblo y no un mero burócrata o peor, tecnócrata globalista, debe hacer. Ser un
Padre, una figura paternal que resguarda la memoria de los ancestros y honra a
los antepasados, aquello que se transmite de generación en generación. Es al
contrario de lo que piensa Figes, una nota laudatoria a Putin el que lo acuse
de mitologia de la historia rusa. Y en realidad, como veremos, hay muchísimo
que ni siquiera es mito sino pura realidad histórica, desagradable para un
inglés como Figes.
El acopio de fuentes es en verdad
muy bueno, en eso me saco el sombrero ante Figes y reconozco que hizo un
trabajo extraordinario, por su síntesis y buen tratamiento de las fuentes y
materiales para analizar la historia rusa. Donde falla, es en leerla con
prejuicios occidentalistas y no aceptar a Rusia como un "otro" que
tiene su propio ritmo y tiempo histórico. Es la clásica acusación eslavófila,
retomada hoy por Dugin, de que Occidente pretende imponer su propio tiempo
histórico, categorías mentales y dictar todo lo que debe ser la vida, sobre
Rusia, sin respetar la particularidad histórica rusa. En la Edad Media, era el
latinismo mal entendido del Papado y la cruzada a modo de infieles que
dirigieron los suecos y caballeros teutónicos contra la Rus medieval,
pretendiendo convertir a los "infieles ortodoxos", el resultado fue
el alejamiento total de Rusia ya no por distancia como antes sino
conscientemente, del Occidente cristiano. En la Modernidad, fue la imposición
de las categorías y principios desarrollados por la Ilustración, el
racionalismo, el humanismo, etc. Hoy en la postmodernidad, toda la pléyade de
conceptos imperialistas de Occidente como el free market, los derechos humanos,
democracy al modo anglosajón, las minorías, la Open Society, LGBTIQ, las
ONGs, etc. Pero siempre es la misma idea. Occidente no tolera nada que sea
distinto a Occidente y Rusia es el eterno otro pero en lugar de comprenderlo
como otro, Occidente busca o destruirlo como el enemigo o asimilarlo a
Occidente.
En el resto del capítulo 1 hay
una grata lectura sobre los orígenes eslavo-bizantinos de la cultura rusa, la
Mariología rusa medieval, los íconos sagrados, y la conciencia religiosa rusa
primitiva. Pero faltó más profundidad. En verdad la Rus de Kiev fue un momento
de enorme gloria cultural ,espiritual, religiosa, intelectual que no se verá en
Rusia por siglos. Es un momento en que se encarna muy bien lo que los filósofos
religiosos de la edad de plata rusa llaman "Russkaya Ideya", la Idea
Rusa, la conciencia mesiánica nacional rusa, pero destinada a proteger el
verdadero cristianismo de su corrupción occidental, a preservar la Sobornost,
la libertad de espíritu cristiana ortodoxa en la comunidad. Eso fue la Rus de
Kiev ,más allá de sus deficiencias como la débil presencia del monarca o su
extraño sistema sucesorio que trajo fuertes conflictos y eventualmente llevó a
la ocupación y devastación a manos de os mongoles. Muy logrado resulta el
capítulo 2 en que analiza la Rusia medieval bajo la invasión mongola y las
consecuencias que ello produjo en la conciencia nacional rusa, así como el
análisis en el capítulo 3 del mito del Zar justiciero en el contexto de la
Moscovia medieval. Este punto es de capital importancia. Desde un clásico de
Cherniavsky "Tsar and People. Studies on Russian myths", se ha
empezado a estudiar la figura del Zar ruso como un mito popular y su impacto en
la conciencia religiosa y popular rusa. Este es uno de los aspectos más
profundamente vividos en la historia religiosa rusa, presentes hasta el día de
hoy. El Zar era y es una figura sagrada, un Padre que encarna el
Estado(gosudarstvo) y que a diferencia del concepto Occidental de Estado, se
asemeja más a la forma premoderna en que el Estado y el Rey se confundían. El
término ruso para Estado, gosudarstvo, hace referencia a esta realidad
patrimonial del Zar en que se confunde con el Estado, no es una máquina fría
impersonal, al menos hasta Pedro el Grande fue así. El Zar es el intermediario
entre el sencillo pueblo ruso y Dios, es el portador de la justicia para el
pueblo y defensor de éste ante los nobles, los odiosos boyardos que siempre han
conspirado y traicionado al pueblo ruso en alianza con enemigos en defensa de
sus oscuros intereses. El Zar castiga a los nobles, como Iván el Terrible,
quien llegó en la realidad histórica y sobre todo en la conciencia
popular rusa, a encarnar mejor que nadie este ideal ruso del Zar justiciero y
paternal.
Esta visión del Zar justiciero ha
resucitado con Putin como nunca, incluso tras ser abandonada relativamente tras
las reformas occidentalistas de Pedro el Grande, en que se empieza a asumir la
noción abstracta e impersonal de Estado y de funcionarios, burocracia, etc.
Nicolás II como señala Figes, se basó mucho en esta visión pero no comprendió
el descontento de su pueblo. En el capítulo 7 cuando analiza la crisis social
del Imperio ruso tardío, explica que la liberación de los siervos y la falta de
repartición de la tierra a los campesinos dejó muy mal parado este mito ruso
del Zar justiciero, la base en que se asienta el Estado ruso. Quizás ni los
Zares de esa época comprendían todo el papel que tenía ese mito, cegados por la
occidentalización petrina. Nicolás II lo sabía pero no fue un zar popular por
el contexto de conflicto social en el auge del capitalismo en Rusia.
Todas las rebeliones de la
historia rusa posterior al siglo XVII, se hacían en nombre del santo Zar, del
verdadero Zar, asuntos como el falso Dimitri, el conflictivo problema del
Raskol(cisma) del siglo XVII, las revueltas cosacas contra la servidumbre impuesta
en 1649, Pugachov y Stenka Razin, etc., se hacían en nombre del Zar verdadero
que estaba oculto tras un Zar aparente y falso, un impostor, en último término,
el Anticristo. No habían revueltas populares rusas sino en defensa del
verdadero Zar. Es un ejemplo de la influencia en la mentalidad rusa del hermoso
mito de la invisible ciudad de Kitezh, inmortalizado por Nikolay Rimsky
Korsakov en una gran ópera, según el cual los habitantes de la ciudad de Kitezh
escondieron su ciudad en un lago, el reino de la justicia y verdad
perennes(Pravda), para que los impíos y mongoles no la pudieran
encontrar.
En el capítulo 4 y 5 explica los
orígenes de lo que considero el mayor error de la historia rusa antes de Lenin
y el bolchevismo, la imposición(brutal) de la servidumbre al campesinado. Hasta
el Código "Ulozhenie Pravo" de 1649, los campesinos eran más o menos
libres, cada vez menos por las constantes huidas al sur en busca de mejores
tierras y huyendo del aumento de impuestos, pero en general eran un campesinado
libre, si bien desde Boris Godunov en la época convulsa, con menos derechos que
en la Edad Media o la Moscovia temprana. Por exigencias de los nobles y
terratenientes, en quienes se basaba el Estado ruso para administrar el inmenso
territorio, se pidieron medidas para evitar la fuga de campesinos y los zares
aceptaron poco a poco. Así nació la servidumbre, que permitió brutales abusos,
una situación a veces quizás peor que la esclavitud incluso, que dañó
profundamente la fe popular en el Zar al menos el zar real. Esta explotación
del campesinado hirió gravemente el alma rusa y provocó un enorme resentimiento
contra los propietarios y terratenientes.
El problema se agrava hasta lo
absoluto con la occidentalización que en esa misma época estaba gestándose y
que con Pedro el Grande alcanza su máxima expansión. Si bien en lo militar y
tecnológico, así como en lo literario e intelectual, era necesario un
acercamiento a lo bueno de Occidente, para beneficio del poder ruso y la
conservación y avance de la cultura rusa, que ciertametne en la época del
Raskol de los viejos creyentes, había decaído profundamente en un ambiente tan
cerrado como la Moscovia del siglo XVII, los occidentalistas de esa época se
acercaron a lo peor de Occidente, en descomposición, no ya al Derecho Romano,
Filosofía Griega y Cristianismo, sino a las ideas humanistas, incluso a la
Ilustración con Catalina la Grande, quien se codeaba con Voltaire el impío. No
se supo distinguir lo legítimo de adoptar en Occidente, de la pésima filosofía
moderna, la secularización, etc. El resultado de la servidumbre y la
occidentalización fue una abismal, gigantesca separación entre pueblo, aferrado
a sus tradiciones religiosas y culturales moscovitas, auténticamente rusas, y
la élite que ya casi ni hablaba ruso a fines del siglo XVIII. Todo esto
favoreció mucho la Revolución en 1917. Fue una enorme violencia impuesta al
pueblo ruso en nombre de Occidente. Por eso los bolcheviques, si bien elogiando
a Pedro el Grande, hablaron de él como "el primer bolchevique". En
realidad fue un impío como pocos en la historia de las monarquías, un tirano,
un déspota ilustrado que quería sacar del "atraso y barbarie" a Rusia.
No pocos rusos lo veían como el Anticristo, sobre todo por el desprecio que
tenía hacia la Ortodoxia.
Y como si fuera poco, un asunto
del que Figes apenas destina unas pocas palabras, Pedro el Grande suprimió la
autoridad moral de la Iglesia ortodoxa en el pueblo ruso, al controlarla
totalmente por el Estado, la más servil sumisión al poder del ahora "Imperator"
más que Zar, latinizado, controlada por el Santo Sínodo, según el modelo
luterano. No más la sinfonía bizantina de la época de Moscovia o Kiev. Ahora el
Estado es la suprema autoridad y un Estado empeñado en secularizar incluso. Sin
autoridad moral de la Iglesia ante los ojos del pueblo, oprimidos por la
servidumbre, despojados de su cultura rusa ortodoxa tradicional, la Revolución
ya parecía que sería cosa de tiempo, largo tiempo pero llegó y terrible
fue.
Al llegar al siglo XIX, Figes es
donde más muestra sus prejuicios occidentalistas, no parece comprender la
posibilidad de la eslavofilia como camino alternativo a la modernidad
occidental, que él ve como inevitable y que debe imponerse de modo universal.
Comprende bien el espíritu patriótico de los rusos en 1812 contra Napoleón, que
ve allí ciertamente el nacimiento de un mito mesiánico ruso, actualizando el de
la Tercera Roma del siglo XVI, con la Santa Alianza. Figes identifica bien a
Rusia como el principal bastión en el siglo XIX de la contrarrevolución y la
Reacción, la respuesta de Nicolás I con el conocido trilema "autocracia,
ortodoxia, nacionalidad" al trilema francés revolucionario. Pero cree que
Rusia tomó un mal camino. En realidad, es la misión histórica del pueblo ruso
que Dostoyevski entendió como nadie, la lucha contra la modernidad desde la
tradición eslava-bizantina ortodoxa y ese es el camino que los eslavófilos
mostraron. Figes desprecia a los eslavófilos como mitos solamente, el mismo error
de siempre. Figes trata a la guerra de Crimea como un síntoma de la
injustificada desconfianza rusa en Occidente pero las fuentes que cita y del
mesianismo megalómano ruso, pero las fuentes que cita, todas le dan la razón a
Rusia, y el panorama en 1854 es tan actual como hoy 2023 en Ucrania. Crimea
nuevamente en el centro del conflicto, tierra de San Vladimir y su bautismo, de
heroicas luchas con pueblos de las estepas, de la heroica defensa de Sebastopol
en 1854, lugar de las grandes batallas de la guerra civil en 1920, y la lucha
total contra los alemanes en 1942, hasta hoy. Las quejas de Putin sobre el
doble estándar de Occidente, que Figues desprecia, son la pura realidad
histórica.
Pero donde muestra sus luces
Figes es para tratar de entender las causas y antecedentes de la Revolución
rusa, el capítulo 7. La alienación entre pueblo y nobleza, el surgimiento de
las corrientes populistas y luego marxistas, las medidas ineficaces de los
últimos zares para contener el movimiento revolucionario y sobre todo, la
fallida emancipación de los siervos condujeron con el tiempo a la catástrofe de
1917. Sobre la emancipación de los siervos, Figes destaca algo crucial, que es
una debilidad del Estado ruso histórico, la falta de una sociedad
"civil" pujante, a diferencia de Occidente, no se pudo desarrollar un
orden de cuerpos intermedios sano en la sociedad rusa, sea por la presencia
mongola, por la omnipotencia del poder de los zares de Moscovia o la falta de
vitalidad en el pueblo ruso agobiado por la servidumbre posteriormente.
Alejandro II que el autor insiste en llamar liberal, pero en realidad estaba
siguiendo el ideario del conservadurismo ruso, que propiciaba la abolición de
la servidumbre y la reforma moderada de la autocracia zarista, así como la
participación popular, creó el Zemstvo, lo más parecido en Rusia al Municipio
hispánico de la época premoderna. Tenían amplias competencias y fueron un
contrapeso notable al poder de los nobles y trajeron muchos avances positivos
en temas de educación, salud, justicia social, dignidad a los campesinos, etc.
Lamentablemente por el criminal y cobarde asesinado de Alejandro II, su hijo,
Alejandro III haciendo caso de un reaccionario en el mal sentido, Pobedonovstev,
casi los suprime o al menos les redujo mucho sus atribuciones. Sin esta masa
popular pro Zarista, monárquica y fiel a la causa Romanov, la Revolución era
algo de tiempo. Digo reaccionario en el mal sentido porque el verdadero
reaccionario no es alguien que se oponga a todo cambio sino a los cambios
revolucionarios y malos, Pobedonovstev fue una figura negativa que solo apuntó
a preservar el sistema que necesitaba de reformas urgentes y confiando solo en
la represión para contener a los revolucionarios. Negativa influencia sin
dudas.
El mito del Zar justiciero ya
estaba muy debilitado pero en el trasfondo popular ruso aun sobrevivía. Fue
quizás como dice Figes, la masacre de 1905, el domingo sangriento, lo que en
palabras de Solzhenitsyn, activó y movilizó definitivamente "la rueda
roja". Sea o no responsabilidad del Zar, lo que es discutido, ciertamente
causó un efecto terrible en el pueblo. El surgimiento del capitalismo en Rusia
fue trágico y catastrófico como siempre pasa, una ruptura con el mundo comunal
popular del Mir, la comuna campesina rusa, que vivió su apogeo luego de la
abolición de la servidumbre en 1861 y el desarrollo del Zemstvo. Ese era el
camino para una Rusia sana, algo que ha destacado muy bien Solzhenitsyn.
Autocracia en la cúspide y participación popular orgánica, incluso corporativa,
en la base. Con ese modelo soñaban los conservadores rusos de finales del
Imperio. Pero la tragedia rusa se impuso. El capitalismo de 1890 en adelante,
fue brutal, una feroz explotación laboral consentida por el ministro Witte, en beneficio
de Occidente. Siempre da la impresión que hubo algo que pudo evitar o al menos
retrasar la Revolución rusa, pero el desarrollo del capitalismo en la época
imperial tardía lo aceleró. Marx mismo vio en el capitalismo una fuerza
intrínsecamente revolucionaria y a diferencia de proteccionismo, que retardaba
la Revolución, el capitalismo la aceleraba. Y por eso era pro capitalista. No
entendieron eso en Rusia, no vieron que el capitalismo trastocaba las
relaciones tradicionales comunales del pueblo y aceleraba la alienación entre
élite y pueblo, que Lenin ya transforma en lucha de clases marxista.
Stolypin, quien es catalogado por
el autor como uno de los más excepcionales gobernantes rusos, pretendía
suprimir la comuna campesina y consolidar la propiedad individual del campo,
pero al mismo tiempo un paquete de leyes sociales bastante nutrido. Eso habría
permitido crear una base de apoyo para el Zar y el desarrollo pacífico de Rusia
para ser aquella Rusia con la que soñaban los eslavófilos. Muy parecido al
modelo prusiano de socialismo de cátedra, reforma social desde arriba. Pero los
errores se impusieron. Una desastrosa guerra con Japón en 1905, malas cosechas,
hambrunas, y sobre todo la primera guerra mundial que dejó al Ejército Ruso en
estado de desastre absoluto, llevaron a Rusia a que se acelere la Revolución,
Lenin tras las reformas de Stoylpin pensaba que no habría Revolución, volvió a
Rusia incluso, tras la sorpresiva para él, revolución de febrero. Todo lo
sucedido allí es como una larga tragedia.
Figes explica la Revolución con
cierta simpatía por la Revolución de Febrero y Kerensky, lo que no es de
sorprender, por su inclinación liberal, pero no entiende que Febrero fue la
antesala de Octubre 1917. En su relato de la Revolución, se destaca la guerra
civil y el maquiavelismo brutal de Lenin, pero se omite algo fundamental,
quizás porque Figes no le da importancia. La guerra, realmente satánica, que
llevó a cabo el bolchevismo de Lenin y Trotsky contra la Santa Rusia
tradicional, la persecución infernal al clero, la locura revolucionaria de los
años 20 en materia de familia y sexualidad, el odio infinito que los
bolcheviques sentían por la vieja Rusia. No dice casi ni una palabra acerca de
la persecución diabólica a la Iglesia ortodoxa, con cientos de miles de
mártires y cierres y destrucciones de iglesias. Eso es una grave deficiencia
del libro. Porque Figes al igual que los bolcheviques, es un occidentalista.
Stalin es increíblemente tratado
no como una encarnación sustancial del mal endémico ruso, como hace Applebaum,
sino como un producto de la mezcla de ideología comunista pero rusificada, lo
que es correcto. Evidentemente relata el horror infinito de las purgas de 1930,
la catástrofe de la colectivización agrícola y la destrucción del campo ruso, y
abandona la esperable mentalidad trotskista de "revolución
traicionada" para entender que Stalin era popular porque encarnaba al Zar
justiciero si bien, una versión simiesca y corrompida, degradada, de ese Zar
justiciero. Es difícil decirlo en ciertos ambientes pero hay en el bolchevismo
un trasfondo muy ruso de justicia, verdad y libertad popular. El problema es
que está corrompido por el marxismo leninismo y lo justo que tiene se
transforma en algo diabólico. Quizás el espíritu judío revolucionario del
bolchevismo, que tanto se ha dicho, es la explicación. Stalin a su modo
pervertido y degenerado, encarnó ese ideal y por eso aun hoy es tan popular en
Rusia. Y tras la derrota alemana de 1945, su eficaz aunque brutal conducción de
la guerra, lo hicieron un Zar rojo en todas sus letras. Me llama positivamente
la atención que Figes no hable del Holodomor como verdad indiscutida,
ciertamente habla de la catástrofe de la colectivización del campo y las
requisas de trigo pero dice que no hay evidencia concreta, de que Stalin
deliberadamente quisiera matar de hambre a millones de ucranianos solo por
temas étnicos, narrativa popular hoy en día que es anti-Rusia y que omite que
los campesinos rusos sufrieron tanto o más las políticas de la colectivización
soviética.
Las últimas décadas de la URSS
las trata como un conflicto entre conservadores y reformistas, simpatizando
bastante con el ateísta y secularista radical de Jruschov y con el marxista
liberal, sí, literalmente eso, de Gorbachov, denostando a Brezhnev por conservador.
Destaca la presencia del renacimiento del conservadurismo ruso en la cultura y
literatura en esos años, la prosa aldeana de Rasputin, los neoeslavófilos, los
nacional bolcheviques y eurasianistas, etc. Rusia se aproximaba a una nueva
síntesis conservadora, con un marxismo deslavado de marxismo y más bien
socialismo ruso cada vez más blanco y menos rojo y un paulatino renacer de la
ortodoxia. Eso es lo que Occidente más temía, el despertar nacional ruso tras
la prisión soviética.
Figes no entiende que para los
rusos, Gorbachov en conjunto a Yeltsin es responsable de la calamidad rusa de
los 90, que él ve como un intento fallido de liberalización y no como un
genocidio contra el pueblo ruso(10 millones de muertos dejaron las privatizaciones
según Sergei Glaziev. Figes en realidad dice muy poco de los horrores que
vivieron los rusos en los años 90 tras la Perestroika y la terapia de shock),
que se justifica porque era la forma de que Rusia se integre en Occidente. Por
eso abomina de Putin y todo su libro puede leerse como una crítica histórica a
Rusia como tal, encarnada hoy en Putin. Todo lo que dice de Putin, su visión
Estatista de la historia rusa, sus referencias en Ivan Ilyin, Alexander Dugin,
Vladislav Surkov y su democracia soberana, hacen en realidad amar y admirar aún
más al gran estadista ruso en lugar de verlo con horror como hace Figes. Porque
Putin, partiendo muy pragmático y casi occidentalista, ha terminado casi
eurasianista hoy en día, con el conflicto de Ucrania, en el que el autor no
cesa de repetir los mantras occidentales al uso y aboga por el incremento del
armamento occidental OTAN en Ucrania, lo que es una estupidez que solo prolonga
un conflicto que podría haberse evitado con la no expansión de la OTAN al este.
El autor inesperadamente para él, le da la razón a Putin del por que de su
enfrentamiento con Occidente.
A modo de cierre, quizás por
misterio de la Providencia divina, la idea Rusa nunca se ha desarrollado del
todo en la historia rusa. Siempre es algo en potencia y que en parte se
desarrolla y en parte no. Siempre falta algo. En todas las épocas de la historia
rusa es así. Rusia a veces puede ser bastante trágica y terrible en la realidad
que se vive pero lo que los une es justamente esa mitología que Figes
desprecia. La idea Rusa, sea con los zares, bajo los Soviets o ahora con Putin
siempre está en tensión de ser mito y realidad y no por eso es falsa. Es la
"Russkaya Pravda" simplemente.
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